Siento que he dado un paso más desde que la Dama de las Tinieblas se presentó en mi vida sin cita previa, sin yo llamarla. Vino a mi porque mi momento llegó; y preparado estaba, aunque yo no lo sabía. Se presentó mucho antes de lo que cualquiera pudiese imaginar para mi edad. La tensión entre la llamada de mi Alma y los deseos de mi personalidad se encontraron por fin iniciando el roce que me llevaría a recorrer caminos insospechados y tenebrosos. Sólo mi discernimiento interior y mi intuición podrían guiarme. Como si tirado por dos leones en un carro, éstos decidiesen poco a poco ir en direcciones diferentes, generándome una gran tensión y conflicto por ser incapaz de mantenerlos alineados y coherentes en una misma dirección, deteniendo, aparentemente, mi caminar. El que encuentre su vida la perderá, y el que la pierda por mí la encontrará. Mateo (10, 39). Y efectivamente estaba perdiendo mi vida porque dos fuerzas aparentemente opuestas me hacían perder el rumbo. Mi Alma me tiraba hacia lo sutil y lo espiritual, y mi personalidad, resultado de esta sociedad, hacia lo terrenal; sin embargo, lo sutil me podía más y desequilibraba las fuerzas… le buscaba a Él, pero queriendo eludir lo material. Cómo vivir espiritualmente en una sociedad materialista era mi gran pregunta de entonces; dos grandes leones aparentemente incompatibles dirigían sus fuerzas en direcciones opuestas. ¿Cómo reconciliarlas?. La otra gran cuestión que tuve que enfrentar, y que con este paso más, he empezado a vislumbrar. Lo material es la última expresión de lo espiritual… esa es la enseñanza que se esconde detrás de ese constante lidiar con dos fuerzas aparentemente irreconciliables. Lo material y lo espiritual se interpenetran porque son sustancia de una misma esencia, la del Espíritu. Y es la conciencia la que eleva la materia a estados más sutiles hasta llegar al Espíritu, a lo Divino.
En la auténtica soledad interior emergía esa voz, la voz de la Dama que me susurraba al oído, y que me decía que debía atravesar sin miedo ese oscuro sendero. Que debía recorrerlo para recordar quién era, para conocerme a mi mismo. Me encontraba ya en él cuando quise salir, no soportaba no ver, no poder asirme más que a mi propia luz. ¡Ayuda!, gritaba yo en mis adentros, pero nada ni nadie del exterior me la daba. ¡Ayuda!, volvía a gritar desde la oscuridad de la noche en el fondo de mi lecho, encogido como un pequeño cachorro recién venido al mundo pidiendo al Universo, a los seres más elevados que yo que me sacasen de ese estado. Mis entrañas se removían y las lágrimas corrían por mis mejillas cuando podía refugiarme bajo mis sábanas y mi edredón al caer la noche.
Un paso más desde que la Dama me condujo a los senderos de mis tinieblas y me mostró la oscuridad. Una oscuridad temida por todos nosotros porque no sabemos que somos la luz que puede iluminar esos senderos tenebrosos y laberínticos que constituyen las profundidades de nuestro ser. La pesadumbre, el sufrimiento, la incomprensión, la desesperación y la confusión reinan donde la luz no brilla, y esos son los tan temidos sentimientos y estados por los que es necesario pasar para descubrir nuestra verdadera luz. No es posible conocer a la luz sin conocer previamente a la oscuridad. ¡La gran enseñanza de los opuestos!, sí, y sólo la consciencia es capaz de aprenderlo e integrarlo.
Y la ayuda empezó a llegar… “pedid, y se os dará; buscad, y encontraréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre” (Lucas 11, 9-11). Y a sí fue y sigue siendo. Pedí conocimiento para iluminar el sendero que intentaba caminar, y me fue llegando; pedí apoyo humano para sostenerme cuando la debilidad me impedía seguir andando y también llegó; pedí respuesta a mis preguntas… quién soy y qué hago aquí, y poco a poco han ido llegando… eso sí, la vida sabe mejor que nosotros que es lo que nos conviene en cada momento y por consiguiente nos trae lo que le pedimos en la forma que ella cree que es mejor para nuestra evolución.
La mayoría de nosotros intentamos eludir este proceso por miedo a entrar en lo desconocido, en un terreno en el que no hay ni mapas ni cartas de ruta; en un terreno que nos podría llevar a hacer cambios en nuestras vidas que no nos atreveríamos a realizar por temor al qué será de mi y al qué dirán; miedo a entrar en un terreno que pondría en evidencia nuestras debilidades, las cuales no nos atrevemos a reconocer y enfrentar por orgullo. Tenemos temor de perder nuestra aparente seguridad, así como a descubrir que realmente no necesitamos a nadie para mantenernos sobre los dos pies, ni medias naranjas ni personas complementarias porque nosotros ya estamos completos.
Creemos que dejaremos de ser si nuestro pobre ego se ve debilitado, sin embargo, aquí se encuentra la otra gran enseñanza, detrás del ego, de nuestro orgullo, se esconde la más grande de las fuerzas, el ser más grande que hayamos podido conocer e imaginar. Yo sólo lo intuyo, y en ocasiones me llega algún rayo de la brillante luz que se esconde detrás de ese eclipse egocéntrico que oculta la verdadera luz del Ser. Hacer transparente al ego es saltar al vacío que nos enseñará el más grande Ser; una paradoja existencial que posiblemente sea la más difícil de conquistar y resolver. Dejar de ser para ser. El amor incondicional y la consciencia se encuentran detrás de ese pequeño que nos la juega constantemente.
En vez de encarar este proceso en el que se conquistan estadios cada vez más elevados de comprensión y solidez interior, preferimos meter ruido a nuestras vidas con actividades de ocio y trabajo para no oír a la voz de la Dama, la cual con el tiempo llega a desaparecer. Y es necesario que una grave enfermedad o un fuerte golpe de la vida nos sacuda para volver a oír su voz, que nos susurrará para que encaremos de nuevo la cuestión primordial, ese vacío existencial, esa incoherencia entre los deseos de nuestra personalidad y los de nuestra Alma. ¿Cuantas personas viven vidas que no quieren vivir, y cuántas personas se tapan los ojos conscientemente para no enfrentarse a si mismos?. El oscuro sendero por el que nos conduce la Dama de las Tinieblas termina cuando nuestra propia luz empieza a brillar por si misma iluminando cuanto nos rodea. Haciendo consciente lo inconsciente, reconociendo nuestras debilidades, nuestras proyecciones interiores sobre los demás, los patrones familiares que repetimos y que nos atan a caer en los mismos errores una y otra vez, los sentimientos de víctima que adoptamos cuando las cosas no nos van como nos gustarían en vez de hacernos responsables de nuestra realidad. Este camino es un proceso de introspección y auto-comprensión para que la conciencia y el amor sean las fuentes de nuestra luz. Cuanta más conciencia y más luz, más brillante será nuestro resplandecer.
Aunque breve pero intenso, tuve que pasar por la enfermedad para comprender cuál era el conflicto interior que buscaba expresión a través de mi cuerpo. Y como si de un investigador se tratase, empecé a buscar e indagar las raíces del conflicto, el origen de la enfermedad, y me topé con el conocimiento de lo que realmente somos. Somos más que este cuerpo, y del mismo modo que lo material y lo espiritual se interpenetran, la energía y la materia también lo hacen ya que son expresión de una misma sustancia Universal, pero a un nivel vibratorio distinto. Desde el conocimiento de lo que soy en sustancia, físicamente, me acerco cada vez más a lo que verdaderamente soy en esencia, lo que me dota de vida y conciencia.
Conocerse a uno mismo es un proceso laborioso que requiere de constancia y de una fuerza que va más allá de la voluntad, porque es fácil ceder ante el dolor que nos produce iluminar con el conocimiento y nuestra conciencia nuestras tinieblas. A medida que ganamos en verdadera humildad el reconocimiento de éstas se hace cada vez menos doloroso, porque a quién le duele verdaderamente es a nuestro ego. Es como si una potente luz nos iluminase en la oscuridad de la noche cuando nuestras pupilas están dilatadas, esa luz puede ser cegadora. Por este motivo es necesario que el camino hacia la propia iluminación sea gradual y progresivo para que demasiada luz no nos ciegue.
Un paso más en este eterno misterio que constituye la existencia. Desde otra mirada contemplo la vida y lo que me ocurre mientras la experimento, en esta forma y en este tiempo. Caminante no hay camino, se hace camino al andar diría Machado, y cierto es; empezando a dar pequeños pasitos conseguimos andar kilómetros que sólo reconocemos cuando miramos atrás. Eso me ocurre en este momento, aunque sé que sólo he recorrido un pequeño tramo del gran camino de la evolución, un pasito de Dioses, que para mi se traduce una maratón de hombres.
Fortaleza, coraje, constancia y esperanza son algunos ingredientes básicos para encarar este proceso que todo caminante debería llevar consigo para el camino. Quién busca encuentra.
Nota: éste es un texto que escribí en enero del 2005, y que forma parte de una trilogía evolutiva (parte I, parte II, parte III) de mi crecimiento interior. Es una trilogía porque describe tres momentos de la evolución de mi conciencia, y de la manera como ha ido cambiando la manera que tengo de interpretar y ver la realidad que me envuelve, así como mi realidad interior.