Cuando la sociedad había dado la espalda a los pobres, Mohamed Yunus les ofreció créditos bancarios; cuando el modelo económico les había marginado, él les enseñó un camino diferente; y, cuando la pobreza había pasado a ser parte del paisaje, un mal inevitable que se termina por ignorar, este hombre afable y de carcajada fácil se propuso demostrar que su erradicación es posible en nuestro tiempo.
«Los niños de próximas generaciones irán a ver la pobreza a los museos«, dice el último Premio Nobel de la Paz, en una prueba de que toda una vida rodeado de miserias no ha quebrado su confianza en las posibilidades de la condición humana.
La idea de este economista bangladeshí para hacer realidad su utopía nació con la concesión de microcréditos a quienes no habrían llegado al mostrador de un banco sin ser expulsados de la sucursal. Su Banco de los Pobres (Grameen) se ha convertido en un imposible realizable que hoy se imita en todo el mundo y que ha logrado financiar los sueños de millones de desposeídos.
Mohamed Yunus (Bathua, 1940) dirige desde su despacho de la cuarta planta de un céntrico edificio de Dhaka (capital de Bangladesh) un imperio de solidaridad, que abarca la telefonía móvil, la agricultura, la manufacturación o las finanzas. Porque él es, por encima de todo, un banquero. Probablemente el único al que usted invitaría a comer a su casa.
PREGUNTA.– Un mundo sin un solo pobre. Realmente suena a utopía, como un mundo sin crimen, malos tratos o accidentes de tráfico.
RESPUESTA.– Todos los seres humanos tienen la capacidad de cuidarse por sí mismos. La razón por la que son y se mantienen pobres no está en los individuos, sino en el sistema. Si corregimos éste y la gente recibe la necesaria oportunidad, nadie tiene por qué ser pobre. Para mí la pobreza es como una cárcel a la que hemos empujado a una parte de la sociedad. Si suprimimos las barreras que mantienen a esas personas dentro, y les dejamos demostrar su capacidad, ellas mismas sabrán salir adelante. La pobreza no es una condición natural de los seres humanos, es una imposición artificial.
P.– No parece que cambiar el sistema al que alude sea una de las prioridades de los políticos.
R.– Esto es algo en lo que coincido completamente. Hay quienes dicen: bueno, no podemos hacer nada para acabar con la pobreza. En realidad, lo que ocurre es que no quieren. Los países ricos, los beneficiarios de ese sistema, son los mismos que lo dirigen. Por eso hay que continuar explicando que no queremos quitarles nada a ellos para dárselo a los pobres. Tú puedes seguir teniendo todo lo que quieras, pero dentro de un sistema en el que todos ganemos.
P.– Hay quien mantiene que el fin de la pobreza es inviable por falta de recursos. ¿Soportaría el planeta una clase media global en la que todo el mundo pudiera comprarse un coche?
R.– El 94% de los ingresos del mundo van a parar a un 6% de la población. Eso no es justo. Es necesario moderar la cantidad de recursos que utiliza la parte de la población que está en lo más alto. Supongamos que Bill Gates decidiera comprar todo el acero disponible en el mundo porque tiene el dinero para hacerlo. No creo que la gente dijese: «Bien, adelante». Sólo cuando tomemos la decisión de compartir los recursos de los que disponemos empezaremos a pensar en alternativas de cómo hacerlo. Ahora malgastamos esos recursos. Tenemos aldeas con 5.000 familias en las que nadie tiene un coche y familias que disponen de cinco. Estamos ante una economía global diseñada para el 6% de la población, en la que el restante 94% no existe.
P.– ¿Cree que hay algún líder político, en España o en cualquier otro país occidental, que pierde una sola noche de sueño pensando en el hambre de un campesino de Bangladesh?
R.– Por supuesto que no. No les importa. Piensan: «El paro ha subido medio punto y todo el mundo me pregunta qué estoy haciendo para solucionarlo». Les preocupa el desempleo y la polución en su ciudad, porque de lo contrario los ciudadanos que les han dado su cargo, votándoles en unas elecciones, se enfadarían. Prometen que el paro bajará, que la ciudad será limpiada…, y siguen con su vida.
P.– En su discurso de aceptación del Premio Nobel aseguró que los atentados del 11-S en EEUU y la Guerra en Irak han supuesto un freno en la lucha contra la pobreza. ¿Qué ha ocurrido?
R.– Los países de todo el mundo se habían reunido en la Cumbre del Milenio (2000) y habían decidido reducir la pobreza. ¡Qué bello! Nunca había pasado algo parecido en la Historia, todos unidos con ese objetivo. Había sido una forma maravillosa de empezar el milenio. Entonces, llegó el 11-S y todos olvidaron los Objetivos del milenio. EEUU cambió su política. Había que movilizar al mundo para atraparlos [a los terroristas]. La lucha contra la pobreza pasó a ser la lucha contra el terrorismo. La discusión entre los países pasó a centrarse en cuántos soldados iba a aportar para ese fin cada uno, cuántas bombas han sido lanzadas, cuánta gente ha muerto, que países apoyan la Guerra de Irak… Hubo una desorientación global. Hoy, cuando el mundo le pide a George W. Bush que retire a sus soldados, él envía más efectivos.
P.– ¿Qué responsabilidad tiene el presidente estadounidense en la situación actual en el mundo?
R.– Bush ha hecho un daño tremendo. ¡Tremendo! La Guerra Fría había terminado, y, con ella, toda esa energía malgastada y toda la desconfianza de tantos años. Hablábamos de los dividendos de la paz: por fin no tendríamos que gastar tanto en armas y ejércitos. Entonces llegó la guerra contra el terrorismo, con venganza, y de nuevo todo el dinero se vuelve a invertir en tecnología de guerra. Lo que parecía el comienzo de un milenio en paz se ha desvanecido. Bush ha sido un líder terrible, no sólo para EEUU, sino para todo el mundo. Ha llevado al planeta en la dirección equivocada y llevará mucho tiempo volver a ponerlo en la adecuada.
P.– ¿No debería recaer la principal responsabilidad de la situación actual en los terroristas que atacaron EEUU el 11-S?
R.– No estoy diciendo que [los terroristas] sean santos. Son mala gente. Lo que digo es que la respuesta militar no es una solución frente al terrorismo.
P.– ¿Tenía EEUU derecho a responder de alguna forma al ataque que sufrió?
R.– ¿Por qué Irak? ¿Por qué no Arabia Saudí? Bin Laden es saudí. ¿Por qué no Pakistán? Todo esto no tiene ninguna lógica. ¿Quieres una guerra contra el terrorismo y te dedicas a matar iraquíes? ¿Cuál es la lógica? Irak no estaba en la escena. Dices que tenía armas de destrucción masiva pero no has podido encontrar ninguna. La Guerra en Irak es una forma de mantener el sistema [que prolonga la pobreza].
P.– Asegura usted que con el dinero empleado en las guerras de los últimos años, incluida la de Irak, se habría acabado la pobreza en el mundo.
R.– Sí, hace mucho, mucho tiempo. Imagine el dinero y el esfuerzo que hemos empleado en desarrollar cabezas nucleares. Tenemos 15.000 cabezas nucleares activas (14.000 en Rusia y EEUU y 1.000 en el resto del mundo). Se está empleando más dinero en modernizarlas y reemplazarlas. ¿Por qué? ¿Cuántas armas nucleares necesitas para terminar con el mundo? Sólo un puñado, pero almacenamos 15.000 de ellas, listas para ser usadas. Resulta imposible encontrar una explicación a la necesidad de mantener ese arsenal.
P.– Su revolución en la lucha contra la pobreza comenzó hace tres décadas ofreciendo un crédito de 27 dólares a 42 mujeres de una aldea de Bangladesh. ¿Realmente pensó que se lo devolverían?
R.– No tenía ni idea (risas). Mi intención era desvincularlas de los prestamistas. Les dije a cada una: «Toma este dinero y devuelve el dinero [a los prestamistas], de forma que puedas continuar con lo que estabas haciendo. Cuando puedas, me lo devuelves».
P.– Tres décadas después, el 99% de los pobres que reciben créditos del Banco Grameen devuelven el dinero, una morosidad muy por debajo de los niveles de bancos de países ricos.
R.– La gente, cuando le das una oportunidad, quiere aprovecharla. No les presionamos para que devuelvan el dinero. Pagan por una cuestión de supervivencia, porque, si no lo hacen, la puerta se cierra y entonces no tienen nada. A veces una persona no paga en uno o dos años. Pero un día necesita dinero para otra cosa, viene a devolver el crédito y pide otro. Nosotros siempre la aceptamos, porque lo que le ha pasado a ella es una lección para otras.
P.– Dice usted ella porque los créditos se conceden casi en exclusiva a las mujeres. ¿Son mejores administrándolos?
R.– Las mujeres logran un mayor impacto con el dinero. Gastan el dinero en los hijos, en avanzar hacia delante. Los hombres quieren disfrutarlo en el momento. Por eso se lo gastan en juego, prostitución, bebida… Las mujeres ponen el dinero en la educación de los hijos.
P.– Habla usted de convertir a mendigos en hombres de negocios. Pero quizá no haya un hombre de negocios en cada mendigo.
R.– Cualquiera puede ser un hombre de negocios ordinario, no digo que de gran éxito. Los seres humanos tienen la capacidad de prosperar, de resolver problemas y hacer cosas por sí mismos. El instinto está ahí. Unos lo descubren y tienen éxito. Otros nunca abren la puerta.
P.– Para llegar a las oficinas de Grameen he tenido que cruzar la ciudad (Dhaka) en coche y en cada semáforo había mendigos pidiendo. Tres décadas después de su implantación, los microcréditos no han resuelto la pobreza en Bangladesh.
R.– Sí, Bangladesh es pobre y Dhaka está llena de mendigos. Pero yo analizo a la gente que ha venido al Banco Grameen y no a los que todavía no lo han hecho. El 58% de los que están en él han salido de la pobreza y cada día más y más gente está saliendo de la pobreza, niños que están yendo a la escuela y jóvenes se están graduando en las universidades, convirtiéndose en doctores o ingenieros. Hemos roto el ciclo de la pobreza. Si esto puede hacerse por unas familias, también puede hacerse con aquellas que todavía no están en el Banco Grameen.
P.– Un campesino pobre de Bangladesh puede ver a través de la televisión por satélite el mundo de abundancia de Occidente. ¿De qué forma cambian esas imágenes la percepción de sus necesidades o su capacidad para alcanzar la felicidad?
R.– Sus deseos han cambiado. Y eso es bueno: ahora quiere hacer más porque quiere tener todas esas cosas. Pero es malo porque le crean necesidades innecesarias. Ahora quiere champú, aunque no lo necesite. Su hija también lo pide y, si no lo tiene, no se siente guapa. A la vez, la televisión hace que ese campesino deje de estar aislado, le conecta con el mundo. Ocurre lo mismo con internet; si pudiéramos llevarlo a las aldeas, algo que todavía no hemos conseguido, esa persona podría hacer algo cuando anochece en su aldea. Diría: «Puedo hacer esto, no soy un simple campesino estúpido, puedo aprender«.
P.– Si el problema de la pobreza es el sistema capitalista actual, ¿cómo explicar que, por ejemplo, en los años 60 Singapur y Kenia tuvieran el mismo PIB y que hoy Kenia siga hundida en la pobreza y la primera se haya convertido en uno de los países más ricos del mundo?
R.– Es como si una familia tiene dos hijas. Una va a estudiar a Harvard y otra a una escuela local. El resultado es completamente diferente. ¿Cuál fue el liderazgo en ambos países? ¿Cuáles las políticas de Singapur y Kenia? También Corea del Sur y Bangladesh estaban parejas en los años 50. Hoy Corea del Sur es la décima economía del mundo y donante de Bangladesh. ¿Por qué? Incluso dentro del mismo sistema, diferentes circunstancias de liderazgo, política y otros factores marcan la diferencia. Pero si cambiamos el sistema, el impacto de esos factores disminuye.
P.– Lo cierto es que incluso los países más ricos tienen hoy su pedazo de Tercer Mundo. En EEUU hay 774.000 sin techo, según la última estadística. ¿Cómo acabar con la pobreza en países subdesarrollados si ni siquiera aquellos que tienen más medios lo han logrado?
R.– Pero es que también en EEUU hay una economía en manos de los que más tienen, donde los de abajo tienen dificultades para llegar a fin de mes. Los negocios hoy tratan de maximizar los beneficios y olvidarse del resto. Yo digo que es un concepto erróneo. Los seres humanos no son simplemente máquinas de hacer dinero. Nosotros hemos demostrado que se pueden hacer negocios sociales, que benefician a la sociedad.
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