Son pocos los días que no pienso en él. Es, de alguna manera, como si siempre estuviera observándome, cuidándome, aconsejándome, como si fuera una especie de ángel guardián. Incluso cuando todavía habitaba su cuerpo físico a veces me invadía esa sensación de sentirme observado por su presencia. Supongo que aquella conversación que tuvimos en la Chara hace ya muchos años—cuando yo era aún un niño—contribuyó a afianzar en mí esa creencia. Recuerdo que yo aprovechaba los pocos momentos en los que estábamos a solas para preguntarle sobre los temas que más me intrigaban, por ejemplo, cómo podía él saber, con tan solo “mirar” a alguien, si esa persona había comido mucho queso hace unos días, o si se había tomado unas copitas de más, o incluso si tenía un cáncer. Me sorprendía y aún me sorprende la capacidad fuera-de-este-mundo que tenía de almacenar información en su “computador mental”, el cual controlaba a la perfección y consultaba en todo momento presionando levemente con la yema del dedo pulgar las distintas falanges de los demás dedos, las cuales utilizaba a modo de compartimientos o discos duros; además de sus destrezas sobrehumanas me asombraban su serenidad, su integridad, su moderación en todos los sentidos, especialmente en el plano emocional y su temperamento, siempre tan despierto, alegre y jocoso.
— ¿Cómo hace usted, doctor Bhat, para saber tanto del funcionamiento del cuerpo humano?—le pregunté inocentemente después de haberle hecho algunas preguntas más normales sobre insectos, mi tema favorito en aquella época. Y su respuesta fue tan directa, increíble y desconcertante como siempre: —observando cómo funciona el mío por dentro.
Al ver mi cara de ponchado sonrió un poco y continuó explicándome que—mientras realizaba sus sesiones de meditación matinal—se colocaba en una especie de posición fetal al mismo tiempo que alcanzaba un trance profundo, logrando así “desprenderse” de su cuerpo físico e ingresar por la fontanela al interior de mismo. De esa forma, su consciencia (por darle algún nombre) realizaba una especie de viaje astral dentro de su propio organismo, pudiendo observar en detalle el funcionamiento in vivo del mismo. Después de asimilar sus palabras por un momento y dado que yo estaba acostumbrado a escuchar sus ideas increíblemente ingeniosas e inusuales, me pareció tan lógica su respuesta que no pude más que contestar emocionado con otra pregunta:
— ¡¿Y hacía afuera también puede viajar?!
Esta vez su sonrisa fue completa y hasta soltó un par de carcajadas, tosiendo un poco al final con esa tos flemosa que era consecuencia, entre otras causas, de las muchas vacunas que le pusieron en su niñez. Me contestó que sí, que efectivamente hacia “afuera” también se podía viajar, pero que ese era otro tema y justamente cuando yo pretendía seguir indagando en el asunto llegaron otras personas y nuestra excepcional conversación tuvo que ser suspendida. Nunca más volvimos a retomarla pero aquellas palabras que me dijo jamás las he podido olvidar y hasta el día de hoy todavía creo que su espíritu se pasea entre nosotros a voluntad y que—de alguna manera—nos protege de todos aquellos peligros y tentaciones de los cuales nos advertía cuando aún estaba físicamente entre nosotros.
Keshava Bhat era de esas personas que no dejaba indiferente a nadie. Su aura, su energía, todo él era tan especial que afectaba significativamente todo su entorno. Para miles fue un maestro, un guía, alguien quién, entre otras muchas cosas, predicaba una nueva forma de ver la realidad, de conectarnos con nosotros mismos y con la naturaleza. Para muchos otros era un sanador, un científico controvertido, un luchador social. Todo él era un fiel ejemplo de las ideas y los ideales que pregonaba, pero al mismo tiempo, por su gran humildad, nunca quiso ser visto o tratado como el ser extraordinario que era y no permitió jamás que se le idolatrara como comúnmente sucede con otros autoproclamados “salvadores”. Para mí, más allá de su influencia como maestro, su mera existencia significó un hecho trascendental, ya que sin su ayuda y sus conocimientos yo ni siquiera hubiera podido ser concebido. Así pues, en primer lugar, le debo la vida y en segundo lugar, pero no menos importante, la salud de la que siempre he gozado. Haber tenido la oportunidad de nacer amparado por su presencia y su sabiduría y contar con la férrea voluntad de mis padres de practicar sus enseñanzas ha sido la mejor bendición que me pudo haber tocado en esta vida.
Muchas veces pienso en la gran “suerte” que he tenido de haber podido conocer un ser humano tan avanzado, quién personalmente considero que fue un bodhisattva, uno de esos entes que dedican su existencia a ayudar a los demás a sobreponerse al sufrimiento físico y emocional al que estamos sometidos en esta vida terrenal. Su compañía me maravillaba y me asombraba, siempre lo vi como un ser místico y misterioso, poseedor de un conocimiento infinito y capaz de hacer cosas que nunca he visto hacer a ninguna otra persona. Aunque yo sabía que estaba delicado de salud durante sus últimos años, su muerte me tomó por sorpresa. Siempre pensé que viviría lo suficiente para comprobar por él mismo si sus predicciones sobre el inminente fin de nuestra civilización se cumplirían, pero me equivoqué. Al parecer, ya había concluido su misión en esta vida y no le quedaban muchas ganas de presenciar el derrumbe.
No me extraña nada que escogiera un 25 de julio para irse. Él nunca dejaba las cosas al azar (“no existen las casualidades sino las causalidades” nos repetía siempre) y un evento tan importante como su muerte no iba a ser la excepción. Recuerdo que ese día la luna estaba tan imponente que—sin conocer aún la noticia—presentía que algo importante estaba sucediendo. Pues claro, dichoso día. En el calendario Maya, el 25 de julio se considera la fecha más especial del año y se le llama “día fuera del tiempo”. Es precisamente el día en que nuestro sol se sincroniza con la estrella Sirio y comienza una nueva revolución solar en la Tierra, concentrándose más energía ese día que en todo el resto del año. Budistas e hinduistas también han dado siempre mucha importancia a ese día ya que dicha sincronización energética máxima facilita mucho la comprensión de su viaje galáctico a aquellos seres avanzados espiritualmente, lo que explica por qué muchos de los más grandes maestros han elegido precisamente ese día para transcender más allá del samsara o ciclo vida-muerte-renacimiento y así pasar a formar parte de la energía universal omnipresente. Estoy seguro de que Keshava así lo quiso y lo dispuso, con la certeza de saber que desde allá podrá ayudarnos mejor a sobrellevar los tiempos y los cambios que se avecinan.
Lo extraño profundamente y soy consciente que lo extrañaré todavía más en el futuro cuando tenga que poner a prueba sus enseñanzas y sus conocimientos, pero al menos estoy tranquilo porque sé que ya forma parte del todo y de todos.
11 de Mayo del 2011
Todos los que conocimos al Dr. Bhat fuimos bendecidos con sus enseñanzas y tuvimos la oportunidad de cambiar nuestra vida tratando de poner en practica lo que el predicaba: dar con amor universal sin pedir nada a cambio. Su lema era: «NO MANDO NI OBEDEZCO, YO SOLO CUMPLO MI DEBER».